XI. La de cuando la vida es poesía
Entrevista | Laura Carrau: “En mis proyectos siempre intento tener la parte poética muy presente, porque para mí es la parte vivencial."
Decía Susan Sontag en su famoso ensayo que ‘el fotógrafo siempre está intentando colonizar nuevas experiencias o descubrir nuevas maneras de mirar temas conocidos para luchar contra el tedio’. Y si partimos de esta afirmación podríamos decir que Laura Carrau (Barcelona, 44 años) no eligió su profesión, sino que fue más bien al revés.
El primer laboratorio que la retuvo durante horas fue de corte fotográfico. Aprendió a revelar en un primer piso en plena plaza Real. Eran fotografías en blanco y negro ahora atrapadas en la nostalgia del tiempo y ella, como niña inquieta, tampoco se sintió especialmente atraída por unas imágenes fijas.
Por eso, en realidad, sus comienzos fueron a la salida de los laboratorios de biología. Cuando se escapaba al sótano de la casa donde vivía su primera novia. Su pareja le explicaba todo lo que sabía y así, el enamoramiento fue doble, de la fotografía y de la chica.
Laura se confiesa alguien con pánico a la monotonía, pero es un temor que no tiene que afrontar todavía. Vive la vida intentando hacer de las imágenes, poesía. A veces su trabajo se lo pone fácil como en su última expedición a Kazajistán, donde "el paisaje era brutal y sería idílico si no fuera la herencia de un desastre medioambiental". Otras es su insaciable mirada la que le permite suavizar la crudeza de la vida.
En su interior existe una dualidad cuando graba en los festivales de danza en los que también le gusta participar. Lleva años practicando contemporáneo. Conocer la disciplinas desde dentro le permite saber qué movimientos son los que enganchan. Graba, respira y baila al servicio del arte.
Pero, en realidad, ella no es dual sino plural porque abarca muchas facetas más. En sus proyectos probablemente solo haya dos elementos en común: la cámara y su pasión por lo que hace.
Programamos la entrevista para un lunes de febrero y llegamos al punto de encuentro a la misma hora antes de tiempo. Decidimos entrar juntas para ver la acústica del lugar. Una vez dentro descubro que Laura es una de esas personas que se cruza con amigos y conocidos allá a donde va. Se excusa diciendo que aquello es un pueblo, pero algo me dice que de habernos encontrado a 32Km de distancia, en la capital, habría sucedido igual. Enérgica y expresiva. Su estilo propio parece ser, entre otras cosas, conectar con las personas.
La mejor parte de la entrevista sucede cuando el minutero de la grabadora se ha detenido en la hora. Los vasos de Chai Latte descansan frente a dos sillas vacías y nosotras, al otro lado de la puerta, nos despedimos. Entonces me cuenta que de Kazajistán están descubriendo una historia paralela. Ha conseguido que le traduzcan escenas grabadas que en su momento no pudo descifrar. La magia surge inesperada hasta de los lugares más inhóspitos, pero para eso hay que estar dispuesta a aventurarse e ir en busca de las historias que contar.
Si te dijera que pensaras en tu fotografía más bonita ¿Cuál sería?
Quizá hoy te diría que recuerdo en concreto la fotografía de una mujer en el tren hacia Kazajistán. Elegiría esa por el recuerdo de lo vivido después de 36 horas juntas compartiendo vagón.
La mujer era sorda. Me hablaba en kazajo porque pensaba que una mujer sola viajando por el mundo como yo seguro debía dominar todos los idiomas. Pero nos acabamos entendiendo sin comunicación verbal. También gracias a que una estudiante en la litera de arriba me iba traduciendo lo que podía.
La mujer llevaba pocas cosas consigo pero de entre su poco equipaje me enseñó una medalla de oro y me pareció increíble. El Estado se la había dado por tener 10 hijos y ella la lucía como madre muy orgullosa.
Siempre me invitaba a té y finalmente logré que entendiera que yo no tenía taza, así que abrió un regalo que tenía para una parienta suya y me prestó una. Durante el trayecto cada vez que parábamos yo iba a comprar un poco de té. Buscaba en los sitios ambulantes para luego al menos poder invitarla.
Es la más bonita porque me recuerda a esas 36 horas dulces, de pausa y tranquilidad. No se podía hacer nada que no fuera compartir.
En tu opinión, ¿el vídeo amplía la narrativa de una fotografía, o al contrario, la constriñe al quitar espacio a la imaginación?
Como bailarina siempre he tenido más relación con el movimiento y no tanto una imagen fija. Es cierto que una sola foto es como un cuadro con mayor capacidad para evocar. En un vídeo tienes mayor responsabilidad, debes asegurarte que no te cargas la narrativa individualizada, pero a cambio puedes explicar más.
Me gusta que tanto en vídeo como en foto, las imágenes hablen solas. En todas mis creaciones siempre intento tener la parte poética muy presente, porque para mí es la parte vivencial. La vida es poesía, en realidad.
Te expresas más en formato audiovisual ¿Cómo te iniciaste en el mundo del vídeo y contenido digital?
Hice un erasmus en la capital portuguesa para estudiar biología marina, allí conocí a un guionista que tiempo más tarde me propuso trabajar con él. Así que crucé de nuevo la península para iniciarme en los documentales de naturaleza y vi que me encantaba.
El proyecto consistía en retratar diferentes especies de la fauna local. Nos pasábamos el día en el monte buscando historias. Nos las arreglábamos como podíamos para hacer que los animales que nos interesaban se juntaran. Éramos ingenieros de la creatividad.
¿Los animales cambian cuando se les coloca delante una cámara?
Por supuesto, los animales huyen, tienen el instinto de protegerse.
En Portugal, hubieron muchas aventuras. Si queríamos, por ejemplo, secuencias de zorros, nos desplazábamos de noche hasta sus cuevas en la playa. Allí dejábamos un ave muerta y todas las cámaras escondidas. Cogíamos los quads y nos íbamos lejos a escondernos. Esperábamos bien abrigados 3 horas a que la batería de la cámara se agotara y pudiéramos recuperar esos valiosos 5 minutos en los que aparecía el zorro en su más puro instinto animal. Si nos hubiera olido cerca, no habría funcionado.
Cuando estuve en Washington DC con el proyecto de National Geographic era un poco distinto. Trabajé con Greg Marshall, también biólogo marino y cineasta, y antiguo profesor mío. Su proyecto era muy bonito, quería grabar a los animales en la naturaleza sin que se vieran afectados por nuestra presencia. La idea era seguirlos y ver el mundo que veían y vivían.
Para esto, se crearon la Crittercam, un sistema de cámaras adaptado a cada especie que permitía grabar su comportamiento cotidiano sin alterarlo. La inspiración se tomó de la relación simbiótica que existe entre tiburones y rémoras. A los pingüinos recuerdo que se les colocaba un chalequillo muy divertido.
Además, el proyecto tenía una doble misión; había ciencia y entertainment. Las cámaras tenían sensores de temperatura, humedad y nosotros como equipo de guionistas biólogos aportábamos el rigor científico, pero, además las imágenes eran brutales, encajaban perfectamente con el ‘show’ americano. Lograba otra simbiosis contentar a científicos y espectadores.
¿Haber estudiado biología te permite “encuadrar” los temas de otra manera?
Mi encuadre es único, pero no por ser bióloga, sino porque tengo una mirada externa. Disfruto de ser multidisciplinar y que mis proyectos además de ciencia impliquen regatas, cultura, deporte o baile. Una persona que ha vivido muchas cosas siempre puede aportar más riqueza. Al no estar super especializada aplico lo que aprendo de un campo a otro.
Regatas internacionales, laboratorios, teatros… son escenarios muy diversos ¿en qué hábitat te sientes más cómoda?
Me gusta no tener que seleccionar y poder llevar esta vida tan ecléctica. Un día estoy con bailarines y al siguiente con gente del circo, científicos navegantes… y me encanta.
Cuanto más tiempo estoy en un proyecto y más me involucro, más bonito es desde mi punto de vista. En las expediciones, por ejemplo, acabamos formando una pequeña gran familia. En el último viaje que hice al mar de Aral, para llegar hasta Kazajistán pasamos dos días enteros juntos en el mismo tren.
Para el documental “Historia de un muro” me fui a las casas de los chavales del Circ Bombeta para ver cómo se levantaban y grabar como desayunaban.
El Circ Bombeta es el grupo formado por Oriol, Quique, Sergio y Manolo; cuatro chicos con diversidad funcional y apasionados del circo. Estuvimos una semana conviviendo y fue increíble ver la progresión de ser la intrusa a una más. La cámara dejó de ser visible para ellos.
Del documental me dijeron: “es todo tan bonito que la dureza se va con las imágenes”. Me emocionó porque era precisamente mi intención. Quiero enseñar la contradicción en la que vivimos. No quiero enseñar que la vida no es dura, porque lo es, pero sí intentar que brille la otra cara. La vida también puede ser muy bonita.
🔍 Mapa de mis hallazgos fortuitos
Roland Barthes en su libro ‘La cámara lúcida’, reflexiona sobre dos conceptos que distingue en la fotografía:
El studium: la parte racional del interés humano, analizable y universal, casi como si se tratase de un adiestramiento. «El gusto por alguien, una suerte de dedicación general, ciertamente afanosa, pero sin agudeza especial. Por medio del studium me intereso por muchas fotografías, ya sea porque las recibo como testimonios políticos o las saboreo como cuadros históricos buenos».
El punctum: una apetencia personal que perturba el studium y juega en el terreno del inconsciente, depende de la percepción individual del espectador. «Es ese azar que en la fotografía me ‘‘despunta’’ pero que también me lastima, me punza. Ese pequeño corte y casualidad»
“Una vez me dijeron que había algo en mis pupilas, en el modo en que viajaban, independientes, caprichosas, que diferenciaba mi mirada de la forma normal en la que los ojos enfocan el mundo. Ahora, cuando encuentro el mismo rasgo en ella, sentada en el asiento de enfrente de este pequeño tren que nos lleva a la costa, creo que entiendo por primera vez el poder de una mirada distinta” - Sara Torres
La anterior frase (de una escritora que no puedo dejar de recomendar) es un extracto del libro ‘Querida Theresa’. Todo empezó con una foto de 5 mujeres victorianas bebiendo refrescos. La editorial independiente Comisura decidió investigar hasta dar con su artista y así fue como dieron con el archivo fotográfico de Theresa Parker Babb. A partir de sus retratos del siglo XIX construyeron un proyecto literario de ficción.
Hay otra historia que probablemente sea de las más fascinantes en el mundo de la fotografía: la de la poeta de las sombras Vivian Maier. Hoy es considerada una de las grandes fotógrafas del S.XX aunque durante su vida no obtuvo ningún reconocimiento. Dejó tras de si más de 100.000 negativos, imágenes que nunca compartió con nadie. Se desconoce si incluso ella misma llegó a verlas reveladas en gran parte. Hay mucho escrito al respecto, así que os invito a que investiguéis.
Un petirrojo nos visitó durante la entrevista. Quiso su momento de protagonismo, aquí va.
💃 Bailar es siempre una opción
La recomendación de esta semana corre a cargo de Laura :)
Un abrazo largo,
Emeire.